En
el debate político local se introdujo, en el Pleno municipal
ordinario de febrero, una cuestión que, para mi, tiene un gran
interés: el cooperativismo. Y lo tiene, no solo como objeto de
estudio, sino como un instrumento de gestión local que reúne unos
valores y principios que han sido históricamente cimiento del
pensamiento progresista: la solidaridad y la democracia.
Hace
algún tiempo, y a propósito de una propuesta realizada también el
Pleno municipal sobre "municipalización" de un servició,
apunté una línea a explorar; un elemento de reflexión alternativo
a la mera gestión pública gerencial cuyo principio es la adaptación
de los instrumentos del mercado a la ciudadanía convertida en
cliente. La corriente denominada Nueva Gestión Pública surge frente
al modelo burocrático, pero a lo largo de la última década del
pasado siglo surgen dos polos interpretativos de esta Nueva Gestión:
la neoempresarial (postura mayoritaria) y el enfoque neopúblico. El
enfoque neoempresarial hace hincapié en la economía y la
eficiencia, proponiendo una "clientelización" de la
ciudadanía. Por el contrario, la posición neopública, defiende la
repolitización del debate sobre la gestión pública, incidiendo en
la racionalización y control de las externalizaciones de los
servicios públicos, proponiendo igualmente una apertura de los
procesos político-administrativos a la participación, incorporando
una dimensión ético-valorativa a la gestión pública.
Evidentemente, a raíz de la conclusión del debate local sobre
explorar nuevos instrumentos en materia de gestión de servicios, las
posiciones neoempresariales parecen haber triunfado, en mi opinión,
más por un proceso de conservadurismo institucional ( área de
confort temporal que cae inevitablemente en lo que hace tiempo
indiqué como parte de ese "arte de ir tirando", que
penosamente impone una visión real de las administraciones como las
del "todos son lo mismo") que de eficiencia o eficacia en
la adopción de decisiones sobre la gestión de los servicios. La
negativa a explorar nuevos instrumentos se sustentó en argumentos
que en mi opinión parte de la resignación en el "es lo que
hay", que muy poco (o nada) tienen que ver con la bandera que se
enarboló en 2015: el cambio.
El
cooperativismo nació como alternativa económica y social. Una
alternativa cuyos fundamentos son la democracia económica y la
igualdad ( incluso antes de la instauración del sufragio universal,
en los estatutos de Rochdale en 1845 se establece un principio que se
extiende hasta nuestros sistemas democráticos modernos: un voto por
socio, y no más). Pero no solo igualdad en derechos, sino igualdad
económica a través de la limitación en el reparto de los
excedentes económicos entre los socios, estableciendo el reparto de
éstos a través de baremos personales y no sobre el prorrateo
capitalista, lo que se denominó como cooperativización de
beneficios.
Sin
ánimo de aleccionar a nadie ( nunca ha sido mi intención pese a ser
tachado en mas de una ocasión de soberbio, cuando no de "listillo"),
pero con la convicción de que la izquierda tiene la obligación de
explorar nuevas vías para la democracia, la libertad ( y, con
vuestro permiso me permito recuperar unas frases de Pablo Iglesias
Posse sobre la libertad, "que a diferencia del criterio liberal,
no se garantiza solo a través del reconocimiento de una carta de
derechos sino a través de la progresiva liberación del ser humano
de la miseria, de la enfermedad, de la ignorancia, de la inseguridad
del infortunio...") y la igualdad, creo que no se puede desechar
ninguna vía o instrumento que plantee a la sociedad que, más allá
de la retórica, algunas cosas si son posibles.
No
quiero ni puedo entrar en una especulación sobre las bonanzas o
perversidades del sistema económico global, pero si creo que la
apertura de nuevas perspectivas de gestión alternativa, democrática
y participativa, donde los trabajadores se sientan partícipes y
responsables con objetivos colectivos más allá del beneficio
personal es una obligación ética de los hombres y mujeres
progresistas. Y que mejor que el ámbito local para explorar y
determinar si las alternativas, aún siendo más arriesgadas, valen
la pena en ese objetivo de construir un futuro mejor entre todos y
todas.
Las
cooperativas, su potenciación e incluso su utilización para la
gestión de servicios públicos no solo podrían garantizar la
prestación de los mismos con calidad y eficiencia, sino que
permitiría tejer, de forma humilde pero progresiva, un tapiz de
complicidades que acercarían la administración a los administrados,
confiriendo mayor legitimidad al proceso político y democrático.
Y
me voy a permitir finalizar con unas frases del prologo a la versión
castellana del libro de Robert Dhal "La Democracia Económica":
la democracia se asemeja más a un proceso con un horizonte basado en
la libertad, la igualdad y la solidaridad que a la expresión
estática de un sistema político determinado.