lunes, 5 de marzo de 2018

ALTERNATIVAS.


En el debate político local se introdujo, en el Pleno municipal ordinario de febrero, una cuestión que, para mi, tiene un gran interés: el cooperativismo. Y lo tiene, no solo como objeto de estudio, sino como un instrumento de gestión local que reúne unos valores y principios que han sido históricamente cimiento del pensamiento progresista: la solidaridad y la democracia.
Hace algún tiempo, y a propósito de una propuesta realizada también el Pleno municipal sobre "municipalización" de un servició, apunté una línea a explorar; un elemento de reflexión alternativo a la mera gestión pública gerencial cuyo principio es la adaptación de los instrumentos del mercado a la ciudadanía convertida en cliente. La corriente denominada Nueva Gestión Pública surge frente al modelo burocrático, pero a lo largo de la última década del pasado siglo surgen dos polos interpretativos de esta Nueva Gestión: la neoempresarial (postura mayoritaria) y el enfoque neopúblico. El enfoque neoempresarial hace hincapié en la economía y la eficiencia, proponiendo una "clientelización" de la ciudadanía. Por el contrario, la posición neopública, defiende la repolitización del debate sobre la gestión pública, incidiendo en la racionalización y control de las externalizaciones de los servicios públicos, proponiendo igualmente una apertura de los procesos político-administrativos a la participación, incorporando una dimensión ético-valorativa a la gestión pública. Evidentemente, a raíz de la conclusión del debate local sobre explorar nuevos instrumentos en materia de gestión de servicios, las posiciones neoempresariales parecen haber triunfado, en mi opinión, más por un proceso de conservadurismo institucional ( área de confort temporal que cae inevitablemente en lo que hace tiempo indiqué como parte de ese "arte de ir tirando", que penosamente impone una visión real de las administraciones como las del "todos son lo mismo") que de eficiencia o eficacia en la adopción de decisiones sobre la gestión de los servicios. La negativa a explorar nuevos instrumentos se sustentó en argumentos que en mi opinión parte de la resignación en el "es lo que hay", que muy poco (o nada) tienen que ver con la bandera que se enarboló en 2015: el cambio.
El cooperativismo nació como alternativa económica y social. Una alternativa cuyos fundamentos son la democracia económica y la igualdad ( incluso antes de la instauración del sufragio universal, en los estatutos de Rochdale en 1845 se establece un principio que se extiende hasta nuestros sistemas democráticos modernos: un voto por socio, y no más). Pero no solo igualdad en derechos, sino igualdad económica a través de la limitación en el reparto de los excedentes económicos entre los socios, estableciendo el reparto de éstos a través de baremos personales y no sobre el prorrateo capitalista, lo que se denominó como cooperativización de beneficios.
Sin ánimo de aleccionar a nadie ( nunca ha sido mi intención pese a ser tachado en mas de una ocasión de soberbio, cuando no de "listillo"), pero con la convicción de que la izquierda tiene la obligación de explorar nuevas vías para la democracia, la libertad ( y, con vuestro permiso me permito recuperar unas frases de Pablo Iglesias Posse sobre la libertad, "que a diferencia del criterio liberal, no se garantiza solo a través del reconocimiento de una carta de derechos sino a través de la progresiva liberación del ser humano de la miseria, de la enfermedad, de la ignorancia, de la inseguridad del infortunio...") y la igualdad, creo que no se puede desechar ninguna vía o instrumento que plantee a la sociedad que, más allá de la retórica, algunas cosas si son posibles.
No quiero ni puedo entrar en una especulación sobre las bonanzas o perversidades del sistema económico global, pero si creo que la apertura de nuevas perspectivas de gestión alternativa, democrática y participativa, donde los trabajadores se sientan partícipes y responsables con objetivos colectivos más allá del beneficio personal es una obligación ética de los hombres y mujeres progresistas. Y que mejor que el ámbito local para explorar y determinar si las alternativas, aún siendo más arriesgadas, valen la pena en ese objetivo de construir un futuro mejor entre todos y todas.
Las cooperativas, su potenciación e incluso su utilización para la gestión de servicios públicos no solo podrían garantizar la prestación de los mismos con calidad y eficiencia, sino que permitiría tejer, de forma humilde pero progresiva, un tapiz de complicidades que acercarían la administración a los administrados, confiriendo mayor legitimidad al proceso político y democrático.
Y me voy a permitir finalizar con unas frases del prologo a la versión castellana del libro de Robert Dhal "La Democracia Económica": la democracia se asemeja más a un proceso con un horizonte basado en la libertad, la igualdad y la solidaridad que a la expresión estática de un sistema político determinado.