¿Existen aún la izquierda y la derecha
en el ámbito de la política local? Esa pregunta que se plantea Bobbio (politólogo
italiano situado ideológicamente en la izquierda moderada) desde una
perspectiva general también sugiere la necesidad de una respuesta en el ámbito
local, máxime ante la impresión generalizada de que “todos son iguales”,
corroborada por una aparente continuidad en las políticas locales.
Bobbio,
da una definición de derecha frente a izquierda como conceptos contrapuestos: dos formas de
afrontar las necesidades de la sociedad. La existencia de posiciones extremas,
tanto en la derecha como en la izquierda existen pero se “tocan” y coinciden en
un enemigo común: la democracia (liberal para unos y demasiados derechos para
otros). Pero también existen las
posiciones moderadas, entre los que se sitúan los socialdemócratas y los
conservadores a los que Bobbio define como progresistas y conservadores,
introduciendo una serie de elementos que permiten una mejor comprensión de las
diferencias desde una perspectiva histórica. Pero, la tangencialidad en los
extremos también se producen en las posiciones moderadas, quizá uno de los
problemas de la indefinición de la izquierda en la defensa de la igualdad pese
a los tiempos de incertidumbre y conflicto en que vivimos.
Si
tuviéramos que señalar un rasgo definitorio de la izquierda, éste sería el
concepto de igualdad (a la que la derecha antepone la libertad, sin que esto
signifique que uno y otro lado deseche
ni la libertad en el caso de la izquierda ni la la igualdad en el de la
derecha, pero sí cual es el predominante en cada uno de la concepción de la
acción política). Ser de derechas o de izquierdas no siempre ha significado lo
mismo, es desde la Revolución Francesa
de la que parte tal distinción. En el XIX ya había una forma de ser de
izquierdas, que era ser liberal, pues la izquierda se identificó desde sus
inicios con el laicismo frente al conservadurismo impuesto por las religiones,
la innovación frente a la tradición, la libertad frente a la autoridad, la
igualdad frente a los privilegios fruto de herencias aristocráticas, o la
fraternidad frente al individualismo.
La democracia liberal-representativa
establece como premisa la igualdad ante la ley, pero la izquierda introdujo la
igualdad como derecho. Citar únicamente a Marshall (1950) y su obra Ciudadanía
y Clase social, que replanteó como una forma síntesis de la evolución histórica
de la ciudadanía y los derechos políticos, distinguiendo entre derechos
civiles, políticos (garantizados por la democracia liberal) y derecho sociales.
Marshal introduce el concepto de individuo, no como portador de derechos, sino
de deber social de sostener la comunidad que hace posible el ejercicio de sus
derechos. Los derechos, ya no solo eran el pilar del orden capitalista, sino
que servían para transformarlo, pasando a ser un instrumento a través del cual
la clase trabajadora obtendría la plena pertenencia al Estado moderno en
condiciones de igualdad ciudadanía.
No siempre significaron lo mismo los
términos derecha e izquierda. La sociedad ha cambiado, ha sufrido
transformaciones. Principalmente hacia una creciente desigualdad que la derecha
justifica como algo “natural”, consustancial a la sociedad misma compuesta por
seres humanos de desiguales capacidades (el darwinismo social sigue latente).
Pero la democracia, como instrumento asegurador de derechos civiles y
libertades individuales no ha estado a la altura de las necesidades sociales y
económicas que sustentan a una sociedad dual donde no todos tienen las mismas
posibilidades de desarrollarse íntegramente en libertad. Las libertades que
articulan nuestro sistema, son desiguales: los que más tienen, tienen más
libertad lograr un desarrollo pleno. Los que menos tienen, o aceptan sus “designios”
o deben luchar por la igualdad. Y ahí está el lugar de la izquierda.
Mientras que otro mundo sea posible;
mientras otro pueblo sea posible, la izquierda tiene razón de existir y
reivindicarse como instrumento de transformación. Para ello debe redefinir sus
prioridades, no solo en el ámbito orgánico, sino para la ciudadanía, para la
gente, para esa “mayoría silenciosa” que, sin hacer ruido, existe.
Aceptar, como “mal menor” la desigualdad
es una resignación que desdice a la izquierda y la sitúa en el lado opuesto.
Aceptar que un trabajador precario debe ser desigual, percibir menos
remuneraciones que otro, sin tener en cuenta el contexto pero si el estatus, es
un peligroso recurso que sitúa a la izquierda frente a su propia existencia
política. Y eso ha sucedido.
En una segunda parte de éste texto de
opinión, expondré de forma sucinta, una propuesta que la izquierda gobernante
planteó en la Mesa General de Negociación como “mal menor”, justificando lo
injustificable como lo haría la derecha: “así podemos repartir la miseria,
mejor precario que parado”. Esto, por mucho que intente justificarse, por mucho
que quiera ocultarse tras argumentaciones que acusan a otros de la demagogia
propia es, simple y llanamente impresentable. El argumento de “no permitir” que
un trabajador o trabajadora precario, en situación de clara vulnerabilidad
social, por el mero hecho de no acceder a la administración a través de los
mecanismos establecidos sino a través de la selección por necesidad y urgencia
socio económica, sea peor remunerado pese a realizar el mismo trabajo, no justifica el insulto sostenido sobre el
reparto de la pobreza.
Soy consciente que la huida hacia
delante es acusar a quien cuestione ese reparto de pobreza de demagogo o
enemigo, pero el capital simbólico que concede pertenecer a un partido de
izquierdas, haber sido elegido en una candidatura de izquierdas y reclamarse de
izquierdas, no justifica que se insulte y maltrate a trabajadores y trabajadoras
cuyo único pecado es ser una víctima de la desigualdad impuesta.
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