sábado, 4 de febrero de 2017

¿PUEDE LA IZQUIERDA INSULTAR A LOS TRABAJADORES PRECARIOS?

¿Existen aún la izquierda y la derecha en el ámbito de la política local? Esa pregunta que se plantea Bobbio (politólogo italiano situado ideológicamente en la izquierda moderada) desde una perspectiva general también sugiere la necesidad de una respuesta en el ámbito local, máxime ante la impresión generalizada de que “todos son iguales”, corroborada por una aparente continuidad en las políticas locales.

 Bobbio, da una definición de derecha frente a izquierda como  conceptos contrapuestos: dos formas de afrontar las necesidades de la sociedad. La existencia de posiciones extremas, tanto en la derecha como en la izquierda existen pero se “tocan” y coinciden en un enemigo común: la democracia (liberal para unos y demasiados derechos para otros). Pero  también existen las posiciones moderadas, entre los que se sitúan los socialdemócratas y los conservadores a los que Bobbio define como progresistas y conservadores, introduciendo una serie de elementos que permiten una mejor comprensión de las diferencias desde una perspectiva histórica. Pero, la tangencialidad en los extremos también se producen en las posiciones moderadas, quizá uno de los problemas de la indefinición de la izquierda en la defensa de la igualdad pese a los tiempos de incertidumbre y conflicto en que vivimos.

 Si tuviéramos que señalar un rasgo definitorio de la izquierda, éste sería el concepto de igualdad (a la que la derecha antepone la libertad, sin que esto signifique que uno y otro lado  deseche ni la libertad en el caso de la izquierda ni la la igualdad en el de la derecha, pero sí cual es el predominante en cada uno de la concepción de la acción política). Ser de derechas o de izquierdas no siempre ha significado lo mismo,  es desde la Revolución Francesa de la que parte tal distinción. En el XIX ya había una forma de ser de izquierdas, que era ser liberal, pues la izquierda se identificó desde sus inicios con el laicismo frente al conservadurismo impuesto por las religiones, la innovación frente a la tradición, la libertad frente a la autoridad, la igualdad frente a los privilegios fruto de herencias aristocráticas, o la fraternidad frente al individualismo.

La democracia liberal-representativa establece como premisa la igualdad ante la ley, pero la izquierda introdujo la igualdad como derecho. Citar únicamente a Marshall (1950) y su obra Ciudadanía y Clase social, que replanteó como una forma síntesis de la evolución histórica de la ciudadanía y los derechos políticos, distinguiendo entre derechos civiles, políticos (garantizados por la democracia liberal) y derecho sociales. Marshal introduce el concepto de individuo, no como portador de derechos, sino de deber social de sostener la comunidad que hace posible el ejercicio de sus derechos. Los derechos, ya no solo eran el pilar del orden capitalista, sino que servían para transformarlo, pasando a ser un instrumento a través del cual la clase trabajadora obtendría la plena pertenencia al Estado moderno en condiciones de igualdad ciudadanía.  

No siempre significaron lo mismo los términos derecha e izquierda. La sociedad ha cambiado, ha sufrido transformaciones. Principalmente hacia una creciente desigualdad que la derecha justifica como algo “natural”, consustancial a la sociedad misma compuesta por seres humanos de desiguales capacidades (el darwinismo social sigue latente). Pero la democracia, como instrumento asegurador de derechos civiles y libertades individuales no ha estado a la altura de las necesidades sociales y económicas que sustentan a una sociedad dual donde no todos tienen las mismas posibilidades de desarrollarse íntegramente en libertad. Las libertades que articulan nuestro sistema, son desiguales: los que más tienen, tienen más libertad lograr un desarrollo pleno. Los que menos tienen, o aceptan sus “designios” o deben luchar por la igualdad. Y ahí está el lugar de la izquierda.

Mientras que otro mundo sea posible; mientras otro pueblo sea posible, la izquierda tiene razón de existir y reivindicarse como instrumento de transformación. Para ello debe redefinir sus prioridades, no solo en el ámbito orgánico, sino para la ciudadanía, para la gente, para esa “mayoría silenciosa” que, sin hacer ruido, existe.

Aceptar, como “mal menor” la desigualdad es una resignación que desdice a la izquierda y la sitúa en el lado opuesto. Aceptar que un trabajador precario debe ser desigual, percibir menos remuneraciones que otro, sin tener en cuenta el contexto pero si el estatus, es un peligroso recurso que sitúa a la izquierda frente a su propia existencia política. Y eso ha sucedido.

En una segunda parte de éste texto de opinión, expondré de forma sucinta, una propuesta que la izquierda gobernante planteó en la Mesa General de Negociación como “mal menor”, justificando lo injustificable como lo haría la derecha: “así podemos repartir la miseria, mejor precario que parado”. Esto, por mucho que intente justificarse, por mucho que quiera ocultarse tras argumentaciones que acusan a otros de la demagogia propia es, simple y llanamente impresentable. El argumento de “no permitir” que un trabajador o trabajadora precario, en situación de clara vulnerabilidad social, por el mero hecho de no acceder a la administración a través de los mecanismos establecidos sino a través de la selección por necesidad y urgencia socio económica, sea peor remunerado pese a realizar el mismo trabajo,  no justifica el insulto sostenido sobre el reparto de la pobreza.

Soy consciente que la huida hacia delante es acusar a quien cuestione ese reparto de pobreza de demagogo o enemigo, pero el capital simbólico que concede pertenecer a un partido de izquierdas, haber sido elegido en una candidatura de izquierdas y reclamarse de izquierdas, no justifica que se insulte y maltrate a trabajadores y trabajadoras cuyo único pecado es ser una víctima de la desigualdad impuesta.


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