La
acción política que se ve, la que tiene una repercusión y una
trascendencia sobre la cotidianidad, se centra en las decisiones que
los representantes públicos adoptan desde las instituciones. Pero
éstas decisiones tienen un punto de partida: las decisiones
orgánicas, o lo que es lo mismo, los partidos y organizaciones a las
que pertenecen los representantes electos por la ciudadanía en
función de sus preferencias programáticas, ideológicas o
tradicionales.
Las
organizaciones políticas podrían parecer un mero instrumento
electoral pero, ¿realmente son solo eso?. Personalmente estoy
convencido que son algo más, pese a que son estructuras
prácticamente desconocidas o en su caso únicamente conocidas por
los debates o conflictos en la elección de líderes, como puede ser
el caso del PSOE en la actualidad.
Pero
los partidos, además de las estructuras dirigentes, tiene otras. La
primera distinción que podríamos establecer sería entre aquellos
que son miembros del partido y los que no lo son. En cuanto a los que
lo son, encontramos la figura del afiliado, que paga la cuota sin
realizar prácticamente ninguna actividad y el militante, que además
de cotizar realiza un trabajo: colabora en las campañas, asiste a
actos y reuniones, etc. En cuanto a éstos últimos, Panebianco
(politólogo italiano) distingue entre "creyentes", como
los que participan guiados por un objetivo colectivo, identificados
con el partido, su ideología y su estrategia, que defiende
públicamente la línea y la actuación política, y por otro lado
los "arribistas", aquellos que participan guiados por un
incentivo relacionado con ambiciones ( de poder o estatus), que
buscan el beneficio propio. Un tercer grupo: los permanentes.
Aquellos que trabajan de forma estable cobrando por ello. En cuarto,
tenemos a los dirigentes del partido, responsables de su
funcionamiento y cuya actuación podríamos definirlo como
tendencialmente oligárquico.
Existen,
los que sin ser miembros de partido, se sitúan en su esfera.
Podríamos clasificarlos como: votantes fieles (se limitan a votar en
las elecciones y solo se relacionan orgánicamente con el partido en
período electoral)y simpatizantes (además de votar, defienden y
difunden ocasionalmente las posiciones del partido sin compromiso
oficial).
Los
afiliados y militantes, que fueron los protagonistas en el origen de
los partidos ( fundamentalmente los partidos de masas) y lo fueron por su función socializadoras y de captación de votos, han
pasado a un lugar residual pese a su presencia redundante en el
discurso de los líderes. Y se apela a la militancia en busca de la
legitimidad perdida: la opinión pública tiene una visión negativa
de los partidos tradicionales dada la separación entre los objetivos
declarados en campaña y lo realizado posteriormente, o el discurso
que se mantiene en la oposición y su transformación desde las
responsabilidades de gobierno.
La
figura del militante, con la aparición de nuevas formas de
movilización social ha propiciado la aparición de un nuevo
concepto: el ciberactivista. Pero ambos, cada uno en su ámbito, son
figuras que son utilizadas para la consolidación de la figura de
líderes y dirigentes, así como la defensa practicamente acrítica
de las posiciones, pese a que éstas sean contradictorias con la
línea política e ideológica, dándose un solapamiento
respecto al carácter carismático sustentado, no en condiciones
"sobrenaturales" o especiales, sino en la capacidad para
crear redes clientelares o de intereses en el seno y el entorno de la
organización, quizá no como tal, pero si en su dimensión
institucional.
Los
partidos políticos, en el ámbito estatal o autonómico y también
en el local, no han entendido ni asumido que los tiempos en los que
vivimos, con unas nuevas herramientas ( internet, redes sociales,
etc) no son para seguir haciendo lo mismo y para los mismos, pero una
forma más ágil. La emergencia de nuevas formas de movilización y
auto organización ,permiten igualmente nuevas formas de control y
participación. La creación de redes de información, debate y
participación, no solo propiciaría una nueva dinámica de contacto
cotidiano, de compartir y difundir información, sino que incidiría
positivamente en la progresiva superación de la llamada "brecha
generacional": conectar con sectores de jóvenes con media-alta
cualificación y acceso a las TICs (tecnología de la información y
la comunicación), integrándoles ( o intentándolo) o facilitándoles
su acercamiento a la actividad política.
Pero
analizar la realidad nos lleva a conclusiones nada positivas. No
existe una política de comunicación adaptada y relacionada con la
emergencia de una sociedad cada vez más digitalizada y crítica. Por contra, se
sigue insistiendo en la "vieja" estrategia, donde ni la
militancia, ni la ciudadanía tienen relevancia. Se sigue insistiendo
en el papel gregario de la gente y la preeminencia de lo
institucional, y ésto supone una ceguera que puede propiciar la
vuelta al poder municipal del partido que representa lo más
tradicional y, porque no decirlo: en los tiempos de cambio que
vivimos, lo más reaccionario pese a la funcionalidad.
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