miércoles, 15 de febrero de 2017

NUEVAS BASES Y VIEJAS DINÁMICAS.

La acción política que se ve, la que tiene una repercusión y una trascendencia sobre la cotidianidad, se centra en las decisiones que los representantes públicos adoptan desde las instituciones. Pero éstas decisiones tienen un punto de partida: las decisiones orgánicas, o lo que es lo mismo, los partidos y organizaciones a las que pertenecen los representantes electos por la ciudadanía en función de sus preferencias programáticas, ideológicas o tradicionales.
Las organizaciones políticas podrían parecer un mero instrumento electoral pero, ¿realmente son solo eso?. Personalmente estoy convencido que son algo más, pese a que son estructuras prácticamente desconocidas o en su caso únicamente conocidas por los debates o conflictos en la elección de líderes, como puede ser el caso del PSOE en la actualidad.
Pero los partidos, además de las estructuras dirigentes, tiene otras. La primera distinción que podríamos establecer sería entre aquellos que son miembros del partido y los que no lo son. En cuanto a los que lo son, encontramos la figura del afiliado, que paga la cuota sin realizar prácticamente ninguna actividad y el militante, que además de cotizar realiza un trabajo: colabora en las campañas, asiste a actos y reuniones, etc. En cuanto a éstos últimos, Panebianco (politólogo italiano) distingue entre "creyentes", como los que participan guiados por un objetivo colectivo, identificados con el partido, su ideología y su estrategia, que defiende públicamente la línea y la actuación política, y por otro lado los "arribistas", aquellos que participan guiados por un incentivo relacionado con ambiciones ( de poder o estatus), que buscan el beneficio propio. Un tercer grupo: los permanentes. Aquellos que trabajan de forma estable cobrando por ello. En cuarto, tenemos a los dirigentes del partido, responsables de su funcionamiento y cuya actuación podríamos definirlo como tendencialmente oligárquico.
Existen, los que sin ser miembros de partido, se sitúan en su esfera. Podríamos clasificarlos como: votantes fieles (se limitan a votar en las elecciones y solo se relacionan orgánicamente con el partido en período electoral)y simpatizantes (además de votar, defienden y difunden ocasionalmente las posiciones del partido sin compromiso oficial).
Los afiliados y militantes, que fueron los protagonistas en el origen de los partidos ( fundamentalmente los partidos de masas) y lo fueron por su función socializadoras y de captación de votos, han pasado a un lugar residual pese a su presencia redundante en el discurso de los líderes. Y se apela a la militancia en busca de la legitimidad perdida: la opinión pública tiene una visión negativa de los partidos tradicionales dada la separación entre los objetivos declarados en campaña y lo realizado posteriormente, o el discurso que se mantiene en la oposición y su transformación desde las responsabilidades de gobierno.
La figura del militante, con la aparición de nuevas formas de movilización social ha propiciado la aparición de un nuevo concepto: el ciberactivista. Pero ambos, cada uno en su ámbito, son figuras que son utilizadas para la consolidación de la figura de líderes y dirigentes, así como la defensa practicamente acrítica de las posiciones, pese a que éstas sean contradictorias con la línea política e ideológica, dándose un solapamiento respecto al carácter carismático sustentado, no en condiciones "sobrenaturales" o especiales, sino en la capacidad para crear redes clientelares o de intereses en el seno y el entorno de la organización, quizá no como tal, pero si en su dimensión institucional.
Los partidos políticos, en el ámbito estatal o autonómico y también en el local, no han entendido ni asumido que los tiempos en los que vivimos, con unas nuevas herramientas ( internet, redes sociales, etc) no son para seguir haciendo lo mismo y para los mismos, pero una forma más ágil. La emergencia de nuevas formas de movilización y auto organización ,permiten igualmente nuevas formas de control y participación. La creación de redes de información, debate y participación, no solo propiciaría una nueva dinámica de contacto cotidiano, de compartir y difundir información, sino que incidiría positivamente en la progresiva superación de la llamada "brecha generacional": conectar con sectores de jóvenes con media-alta cualificación y acceso a las TICs (tecnología de la información y la comunicación), integrándoles ( o intentándolo) o facilitándoles su acercamiento a la actividad política.

Pero analizar la realidad nos lleva a conclusiones nada positivas. No existe una política de comunicación adaptada y relacionada con la emergencia de una sociedad cada vez más digitalizada y crítica. Por contra, se sigue insistiendo en la "vieja" estrategia, donde ni la militancia, ni la ciudadanía tienen relevancia. Se sigue insistiendo en el papel gregario de la gente y la preeminencia de lo institucional, y ésto supone una ceguera que puede propiciar la vuelta al poder municipal del partido que representa lo más tradicional y, porque no decirlo: en los tiempos de cambio que vivimos, lo más reaccionario pese a la funcionalidad.

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