La corrupción se ha situado a lo largo
de estos últimos años como uno de las principales preocupaciones de
los y las ciudadanos y ciudadanas, expresados a través de los
diferentes sondeos elaborados (principalmente por el CIS). La
desconfianza hacia los partidos tradicionales y las instituciones
hasta ahora hegemonizadas por éstos ha sido y sigue siendo
importante. Igualmente, en las encuestas de opinión, una de las
virtudes más valoradas es la honradez de los representantes
políticos. Entonces, ¿cuales son las causas que la ausencia de ésta
no haya pasado factura, sino al contrario (caso del pp en la
Comunidad Valenciana)?. Quizá los efectos de la campaña han jugado
un papel importante a la hora de hacer retornar el voto perdido. El
discurso de la disfuncionalidad de las alternativas para el
“desarrollo y mejora” del país obtenido tras el “sacrificio
realizado”. Quizá el miedo a los “malos y los peores” aliados
contra el “bien común”. Entonces, ¿nos hemos vuelto tolerantes
ante la corrupción?.
En 2015 los y las electores castigaron
la sucesión de casos de corrupción que golpeaban un día si y otro
también al pp, pero quizá la percepción ha variado, considerando
ahora que el perjuicio ocasionado por la corrupción de Camps,
Cotino, Barberá, etc ya no es el mismo.
La ciudadanía cree que su
responsabilidad y capacidad de acción es limitada (sólo el 9%
consideraba que tiene responsabilidad en la lucha contra la
corrupción). La pregunta consiguiente es: ¿podemos exigir a
nuestros políticos lo que nosotros no hacemos?. En España, una
importante parte de la ciudadanía considera casi una proeza digna de
reconocimiento el incumplimiento de la ley: defraudar al fisco,
infringir la ley de tráfico, etc. La paradoja es que, pese a
considerar como un valor relevante la honradez en la actividad
política no se valora el voto como instrumento para luchar contra
los hábitos ilícitos de los representantes públicos. Variar esta
especie de cultura es complicado y costoso, en tiempo y esfuerzo,
aunque personalmente considero que vale la pena.
Se legitiman actos poco honrados, y se
hace desde la ocultación del voto: basta con observar los datos de
las encuestas pre electorales que daban una representación a la baja
y que se concretó en la urna en un ascenso sorprendente. Los y las
ciudadanos y ciudadanas han votado al pp; no a favor del PP, sino en
contra de las posibles alternativas. La polarización, en éste caso
ha beneficiado solo a uno de los actores que la protagonizaban.
La pregunta que de forma recurrente
recorre los debates políticos, provocando reacciones incluso poco
respetuosas, tiene respuestas políticas y sociológicas. Ha sido un
voto racional: se han sopesado los costos y beneficios de votar,
abstenerse o apoyar a candidaturas que son sucedáneos y que, para
postre, pactó con uno de los enemigos “entreguistas”. Se ha
votado para evitar el “mal mayor” eligiendo a los del “mal
menor”.
En mi opinión, entendiendo el sentido
del voto, pero evidentemente sin compartirlo, el votante normal que
ha decidido apoyar al pp, no es un monstruo abominable, sino que ha
sido una victima del discurso dominante y, sobre todo, de un discurso
polarizado entre el nosotros y los “malos y peores”. Por la
izquierda, creo que se ha castigado ,tanto el enfrentamiento entre
los dos competidores por el espacio socialdemócrata, como la
radicalidad disimulada y los cambios de discurso ideológico vistos
como oportunismo electoral. Igualmente, centrar una buena parte de la
argumentación en el “adversario” como culpable fundamental sin
reflexionar sobre los problemas que subsisten (y condicionan) en el
seno de un partido centenario no parece haber dado tampoco el
resultado pretendido.
Lo cierto es que manteniendo actitudes
excluyentes, demonizando al vecino por su decisión electoral, no se
suma sino que se divide y se mantiene una separación cada día más
irreconciliable entre trabajadores “conscientes” y trabajadores
“inconscientes”. El debate basado en el “y yo más”, ha
perjudicado a la izquierda, y está claro que haberse puesto de
perfil ha concitado el perdón de una parte de los antes avergonzados
votantes de la derecha, que pueden haber considerado que los
“pecados” estaban, o suficientemente purgados o que era
preferible lo conocido ante el riesgo que la propaganda ha
transmitido machaconamente y que parece haber tenido su efecto.