domingo, 31 de julio de 2016

Hablando de trasversalidad: ¿hablamos de los gobiernos?

Realmente no se si alguien o algunos y algunas están hablando (hablando en el sentido de reflexionar) del gobierno local. Del gobierno o mejor, del no gobierno del país, seguro que si. En diferentes foros privados y públicos se habla de la incapacidad de los representantes electos el 26j para conseguir uno de los objetivos de nuestro sistema democrático: formar gobierno.
Los que están en funciones, sacan pecho y apelan a criterios cuantitativos individuales, pero olvidan algo que, pese a ser enmendado en el recurrente discurso sobre el “gobierno del más votado”, no deja de ser una evidencia: nuestro sistema parlamentario no se basa en el más votado, sino en el que más apoyos parlamentarios concita en torno a un programa de gobierno. Esto, sencillo de entender hace unos años, gracias a las mayorías más o menos cómodas de las que gozaba el bipartidismo, ahora se torna complejo.
El resto de grupos políticos que han obtenido representación parlamentaria apela a su legítimo derecho a confrontar proyectos. Unos, desde una complicada situación al haber formado parte de ese viejo concepto de “bipartidismo”, y otros, porque investidos de una pureza nívea en lo político, vienen a enmendar el sistema, pero sin voluntad de “ensuciarse” con lo que el sistema en si conlleva. La situación es compleja, pero al tiempo, esa misma complejidad exige la puesta en valor de un concepto nuevo, que debería reivindicar la nueva política ( la que antepone su interés al más viejo estilo): la deliberación. O si se quiere, la negociación, aunque éste concepto apareje una cesión ante el adversario, al que lejos de considerar como tal, se le considera como enemigo irreconciliable. Y éste papel ( el de irreconciliable) nos conduce a un callejón dificilmente explicable, excepto para los muy “polítizados”, aunque yo diría “partidizados”.
Mi opinión podría no considerarse adecuada al ser o aparentar o ser considerado “partidizado”. Si, es cierto, pertenezco, por voluntad, convicción y emotividad a un partido político, lo que a ojos de algunos me excluye de cualquier opinión válida por independiente. Pero creo que, al margen de la pertenencia o no, considero que el tiempo de las hegemonías ha pasado y el del diálogo ha llegado para quedarse.
He firmado un manifiesto que, lejos de mi deseo, creo que expresa de forma sensata una realidad: lo posible y lo viable para avanzar en reformas que, por ejemplo, impida que vuelva a suceder lo que estamos sufriendo en el ámbito institucional. Creo que en el estado es necesario un acuerdo trasversal donde los nuevos y los que plantean alternativas a la derecha en funciones se pongan de acuerdo en unos mínimos que nos saquen del actual atolladero y nos devuelvan, en lo posible, una mínima confianza en la responsabilidad de nuestros representantes, más allá de los máximos que unos u otros desearíamos.
Y en el caso de lo local pasa algo parecido. Tras un ilusionante acuerdo que propició un gobierno absolutamente trasversal, los desencuentros han propiciado una casi esperpéntica situación: un gobierno en minoría, imposibilitado para avanzar en cambios sustanciales, más allá del intento de crear un relato, en mi opinión basado en gestos y emociones, pero no en políticas de calado y duraderas en el tiempo.
No se si lo local ocupa algo de tiempo en los debates o simplemente la costumbre y la inercia se ha apropiado de vecinos y vecinas que asisten, como decía, a esperpénticas situaciones donde los discursos maximalistas, la retórica política sustituye, como decía, a lo sustancial: las políticas. Sobre todo las duraderas; no las coyunturales, no el acto simbólico, no la foto, no el relato emotivo basado en sentimientos de pertenencia o rechazo. Las políticas que nos devuelva a la ilusión del 15 de mayo de 2015.
Personalmente creo que la responsabilidad debe volver a ser una actitud que supere las descalificaciones personales sacando de contexto posiciones o actitudes para, de alguna manera, menospreciar políticamente al adversario. Creo que, sin esperar nada de la derecha que ha gobernado durante más de dos décadas, sí se podría esperar más de ese partido de la “nueva derecha” al igual que el de esa “vieja izquierda”. La nueva derecha que vino a regenerar la vida pública debería superar esa especie de síndrome de Estocolmo que le hace ir de la mano de la derecha de “toda la vida”. Y la vieja izquierda, abandonando el maximalismo y poniendo los pies sobre la tierra, dejando de hablar de los problemas de la clase trabajadora, trabajar por esa clase con pequeñas pero grandes políticas.

Expreso, creo, algo más que deseos: realidades deseables para superar un enquistamiento en el que el beneficio no es para nadie y el perjuicio si lo es para muchos. Evidentemente, apelar a la responsabilidad no es un acto de ingenuidad sin más. Avanzar en el entendimiento requiere de un esfuerzo donde los objetivos se modulen, se adapten y se consensúen para beneficiar los cambios que, tanto la sociedad española como la Campellera, en mi opinión y en el de una mayoría de vecinos y vecinas el 15 de mayo de 2015, se expresó de forma clara en las urnas.

El “postureo” no es un recurso político: en todo caso electoral. Y no podemos vivir construyendo relatos mirando las elecciones olvidando las “revoluciones” cotidianas que son las que, en definitiva, construyen un futuro mejor, al menos para una mayoría de la sociedad.


Angel Sánchez Sánchez.

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