miércoles, 26 de marzo de 2014

LA MEMORIA SIEMPRE ES SELECTIVA.


Asistimos, en tono a la muerte del ex Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a la exaltación extrema de su persona como un elemento clave en el desarrollo de la democracia, tal y como la conocemos hasta nuestros días. La exaltación por parte de todos los dirigentes políticos que compartieron coyuntura (pero también de los muchos subalternos autonómicos, provinciales y locales) y que se unen a la loa institucional ( en mi opinión, porque protocolariamente queda bien y sale en los medios) indica, cuan selectiva e interesada es la memoria.

No voy a entrar en valorar la figura del ex Presidente (aunque, por otra parte, simplemente decir que, en mi opinión, su mérito principal fue el sentido común, al ver que el deterioro de la dictadura franquista que él representaba era inviable en un entorno de democracias liberales, optando por seguir el camino lógico de transformar el régimen, adaptándolo a los nuevos tiempos y así asegurar la supervivencia de determinadas instituciones a “costa” de la concesión de determinadas libertades formales), pero si me gustaría opinar sobre el acto de homenaje (minutos de silencio, banderas a media asta, etc) que en el ámbito local se desarrollaron.

Entiendo que las manifestaciones de condolencia forman parte de la parafernalia institucional, pero no termino de entender porqué, en nuestro pueblo, se valora con tanta frivolidad nuestra propia historia; en concreto a nuestros propios convecinos. Y concreto. Entre nosotros ha habido personas de un valor social, cultural y humano de altísimo nivel. Personas que, enfrentándose al mismo régimen que representaba el Sr. Suárez, dieron los mejores años de su vida por una idea: la libertad. Y concreto más. El caso de un mi amigo y admirado Ramón Planelles podría ser una de esas personas que, pese a haber dado veinte años de su vida por sus ideas, pasó desapercibido al no tener ambiciones ni haber querido entrar en el juego político. Un hombre que hubiera merecido (y merece) un reconocimiento por parte de sus vecinos y por parte de la institución municipal. Por contra, ha sido olvidado, siendo recordado solo por su familia y los que le conocimos.

Un pueblo que tiene una plaza dedicada al Pontífice más reaccionario que ha conocido el mundo católico, se permite olvidar el patrimonio que supusieron ( y suponen) los hombres y mujeres que lucharon por la libertad, pagando con los mejores años de su vida la lucha por unas ideas ( la libertad y el socialismo). Se me ocurren otros: Arnaldo, Alejandrina, Patiño, Bayón, Villa, y tanto otros que han compartido anónimamente su vida entre nosotros sin que hiciéramos el esfuerzo de conocerles para así valorar su sacrificio.


Creo que los homenajes institucionales están de más cuando un pueblo olvida a los hombres y mujeres con los que convivió y a los que les debe, como mínimo, un recuerdo.

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